Aquí os contaré cosas que me vayan pasando, mis pensamientos, mis vivencias... yo, en definitiva.
sábado, 22 de mayo de 2010
En los confines del mundo conocido
Son casi las tres de la mañana (literalmente de día) cuando estoy escribiendo estas líneas, pero no podía irme a dormir sin intentar plasmar, aunque estoy seguro que no seré capaz de ello, todas las emociones del día. Puedo decir, eso sí, que lo de hoy ha sido una de las excursiones que más me han impactado en la vida. Un día que recordaré siempre, el 22 de mayo de 2010, el día en el que visitamos el techo de Europa, el Cabo Norte.
El día comenzó de forma apacible y tranquila, disfrutando del desayuno del bucólico hotel en el que nos estamos alojando. No era un desayuno tan copioso como el de Stavanger, pero no estaba mal tampoco. Hemos sobrevivido a la primera noche en este hotel perdido en la naturaleza. Creo que a pesar de lo que nos dijo la chica, hemos sido los únicos huéspedes. Ahora estoy solo, sentado en un inmenso salón comedor, decorado con sofás y algunas pieles de reno, escribiendo estas líneas, junto a la ventana con la claridad, y una incesante lluvia que no ha dejado de caer. Creo que volvemos a estar solos esta noche en todo el hotel...
Pero no quiero desviarme más de la cuenta. Hemos intentado hacernos un almuerzo estilo "yo mango", pero no había suficiente comida para hacerlo, y no sabíamos si estaríamos arramblando con el desayuno de otros huéspedes. Así, con la panza contenta y alta motivación hemos cogido el coche para iniciar las excursiones. Hoy me ha tocado encargarme a mí de la conducción del Toyota. Tenía ganas, por eso, de llevar el coche por Finnmark, o como hemos visto hoy que también se denomina, la Laponia noruega.
Nuestra primera parada ha sido el Museo de Alta, donde se conservan unas pinturas rupestres, descubiertas en 1973 y que fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985. A la entrada del museo, se ofrece una exposición que es un poco de poti-poti, ya que al principio muestran la vida en la Alta prehistórica (de cuando se hicieron las pinturas rupestres), luego nos habla de un conflicto que tuvieron con una presa y los vecinos se movilizaron junto con los conservacionistas, más allá nos habla de los mercados sami a principios de siglo XX, para acabar glosando las hazañas del héroe local del esquí, para acabar hablando sobre la aurora boreal. Todo un megamix de temas diversos concentrados en dos plantas de exposición.
Pero lo mejor del museo son las pinturas rupestres, las cuales están excavadas en rocas al aire libre, y repintadas de rojo para que los turistas puedan distinguirlas bien. Hay un recorrido muy logrado que va surcando todas las rocas que tienen pinturas. Una completísima guía que te entregan al principio nos ha ido detallando las diversas figuras que se mostraban ante nuestros ojos: cazadores, renos, halibuts, ballenas, ranas, alces, renos embarazados, danzas rituales, barcos con gente bailando... Debo decir que me ha encantado la guia, y cómo explicaba todos los detalles de la pintura rupestre, intentando también explicar el significado de la misma. Desafortunadamente, no hay quien sepa lo que los primitivos humanos querían decir, y aunque la guíada unas completas explicaciones y se atreve a aventurar locas teorías sobre el significado de lo humano y lo divinode dichas pinturas, no dejaba de parecerme un poco de invención. Aún así, la visita ha sido magnífica, y hemos estado tres horas haciendo el recorrido completo. Huelga decir que prácticamente éramos los únicos turistas que por allí se veía.
Como ya se nos habia hecho un poco tarde, le he dado un poco de conducción alegre al Toyota. Nuestro destino final era el Cabo Norte, y debido al lamentable estado de las carreteras, se tardan unas cuatro horas y algo en cubrir el trayecto de apenas 250km. Si a eso le añadimos la innumerable cantidad de fotos que íbamos a hacer durante el camino, el tiempo de viaje se iba a acercar a las seis horas. Y no iba mal encaminado, ya que hemos parado innumerables veces en el trayecto para fotografiar un paraje espectacular, dramático, desolador... un tipo de paisaje que yo había estudiado en el colegio, pero que nunca había visto: la tundra. En cuanto nos hemos alejado un poco de Alta, hemos entrado en un terreno totalmente polar: las montañas peladas, el liquen como única vegetación, casas esparcidas muy allí y allá y separadísimas entre unas y otras, y encima de todo ello, la nieve. Cantidades enormes de nieve esparcida por todos lados, y no estoy hablando de alguna acumulación ocasional, no, hablo de glaciares, de espesores de casi dos metros de nieve congelada. Todo esto, regado con abundante lluvia que no ha dejado de caer en todo el día, siendo aguanieve en más de alguna zona. Espectacular ha sido cuando hemos atravesado el puerto de Stoiki, ya que parecía que nos encontrábamos en la luna, así de desolador y agreste era el paísaje.
Conforme íbamos subiendo hacia el norte, el paisaje se iba volviendo más descolorido. Ha habido un momento en el que por muy bello que fuese, el paraje era tan desolador que producía tristeza contemplarlo. Las rocas desnudas, tan sólo cubiertas por nieve, los acantilados hundiéndose en el mar y con una serpenteante carretera en mal estado rodeándolo , y un cielo plomizo cayendo sobre un mar que no acababa nunca no son un signo de mucha felicidad. Tan sólo los rebaños de renos ponían la nota divertida. Y antes de que lo preguntéis, sí, hemos visto muchísimos renos que se cruzan en la carretera cuando les sopla. Eso sí, están acostumbrados, porque van tranquilamente por la carretera, pero cuando oyen el motor de un coche, se apartan y se ponen a un lado para que el coche pase sin molestarlos. Hay muchas fotos de renos cerca del coche, ya os las enseñaremos.
Mientras hacíamos kilómetros con el coche, seguíamos admirando el paisaje que era tan nuevo para mí, la tundra. A la nieve, le seguia más nieve, a un fiordo, le seguía otro, a un acantilado, otro más allá, a una manada de renos, otra. Lo que no veíamos era mucha gente en el camino, apenas algún coche aquí y allá. Tras tres horas de camino, llegamos a la entrada del túnel que comunica la comarca de Nordkapp con el resto del continente. Es un túnel impresionante, que transcurre a 215 metros por debajo del mar. Los primeros cuatro kilómetros son de bajada impresionante hacia las entrañas del mar ártico, los otros tres son de subida hacia la isla del Cabo Norte. Es el único túnel de peaje que nos hemos encontrado, o al menos que nosotros lo sepamos, ya que los peajes de Bergen los tenemos que pagar aún.
Al salir del túnel, el paisaje se hace aún más agreste si cabe, y comenzamos a ver algo parecido a pingüinos cruzando la carretera, haciendo migas con los renos. Juraría que n o hay pingüinos en el polo norte, pero estos deben ser sus primos hermanos de especie. Tras unos cuantos kilómetros más llegamos a la población de Honningsvag. Es un pequeño pueblo costero, con la arquitectura típica polar. Aprovechamos para parar y hacer unas fotos, el día es tan plomizo que una nube de tristeza parece cubrir el pueblo, por eso decidimos ir a comer algo, que con la pancita contenta todo se ve de otro color. Con lo que no habiamos contado es con que aquí también celebran la segunda pascua, el pentecostés, y este fin de semana todo tiene horarios especiales. Llegamos al supermercado Rimi Rimi Ley apenas diez minutos después de la hora del cierre. Por supuesto, no nos dejan entrar, así que tenemos que adentrarnos en el pueblo para buscar algo sólido. Lo único que encontramos abierto es un MIX, y sólo tienen paninis y hotdogs, así que nos resignamos a ello. Como llueve incesamente, decidimos quedarnos en el MIX a comer, así aprovechamos para ver a la fauna local entrar y salir del establecimiento, que debe ser lo único abierto. Nos llaman la atención dos cosas: primero, que en la quiniela local, aparece el partido Elche-Girona como partido sobre el que apostar; segundo, que lo único que entran son niños que van solos y se están un buen rato para comprar una chuchería. Nos da especialmente pena un niño que a pesar del frío va en manga corta, lleva un gorrito sucio, y de la nariz le cuelgan dos candelas. Lleva un hato hecho con una baqueta de batería y un trapo. Nos pide algo, pero no le entendemos ni él a nosotros. Nos da pena, parece sencillamente abandonado... Creemos que no lo está, o queremos pensarlo, porque aquí los niños van y vienen solos. Es normal, esto es más tranquilo que el más tranquilo de los pueblos de España. Aún así, estoy segura que el grupo de mamás del EB se hubiese puesto muy triste al ver al niño "abandonado". Estoy seguro de que si Eva lo hubiera visto, aún estaría llorando.
Tras salir del MIX, nos vamos con el coche a dar una vuelta por el pueblo, que literalmente son dos calles. De vuelta a la carretera que nos lleva al Cabo Norte nos encontramos de nuevo al niño abandonado. Va solo por la calle, con su gorro de lana sucio y su camiseta de manga corta de "Cars"...
De nuevo en la carretera, notamos que nos estamos acercando al polo. Hay lagos helados por doquier, nieve aquí y allá. No hay ni un alma en la carretera, y por fin, a lo lejos, divisamos el observatorio del Cabo Norte. Institivamente me emociono, y lo pesado que ha sido el viaje se me olvida, tantas son las ganas de llegar. Justo en la entrada de las taquillas Cabo Norte tenemos que hacer cola detrás de un coche finlandés, del que sale un tipo viejo con peluca que lleva una tarta en la mano. Después de conversar un buen rato con el taquillero, y de darle tarta, se vuelve a subir al coche y nos deja pasar.
Le hablamos al taquillero en inglés, como corresponde, y en cuanto ve mi tarjeta de crédito cambia al español. El chico es un joven español quese ha venido al Cabo Norte para trabajar en verano. Una vez franqueamos la entrada, aparcamos el coche y nos lanzamos a hacer fotos a todo lo que hay.
El paraje es sobrecogedor, una planicie arrasada por el frío, con un mirador que da directamente sobre el océano ártico. La inmensidad del mar que se abre ante nosotros, el silencio del lugar, el viento polar que barre la planicie. No puedo expresar con palabras la mezcla de sentimientos que me embargan. Me siento en el confín del mundo, que estoy mirando cara a cara al Polo Norte...
Aprovechamos para hacer fotos, tanto en el monumento que 7 niños construyeron en 1989 y dedicado a la paz en el mundo, como en la bola del mundo que nos recuerda que estamos en el punto más septentrional de Europa, que arriba sólo está el Polo Norte, y que estamos más cerca de Canadá que de otros países civilizados de Europa.
Hacemos fotos a cualquier cosa. Incluso yo, que suelo ser reacio a las fotos me dejo llevar por el momento y fotografío todo. Una foto que guardaré como recuerdo más preciado es aquella que me hice encaramado al globo terráqueo que es el símbolo de Nordkapp.
Una vez visto el exterior, y con la lluvia y el frío arreciando, decidimos hacer una visita al interior del museo. Nos damos cuenta de que hemos tenido una suerte tremenda, ya que la temporada turística empieza ahora, y de haber sido una semana antes, no hubieramos podido entrar, ya que llegamos a las séis, y en invierno cierran a las tres. Aquí el invierno acaba esta semana. Pero como la suerte nos sonríe, pudimos entrar. Aún así, vemos que todo está a medio gas, apenas hay turistas, y todo está en preparación. Yo pensaba que la visita a Cabo Norte iba a ser un momento Cortinglex, ya que es un sitio muy turístico, pero somos de los primeros en venir por la zona.
Hacemos una parada en la tienda de souvenirs, donde hay tres empleados que se afanan en ponerla a punto para la llegada de los turistas. Luego nos apetece un café, pero no hay nadie en la cafetería para servirnos. La chica de la tienda de souvenirs nos dice que cojamos lo que queramos, así que en un momento "yo mango" nos hacemos unos cafés por la patilla, mientras hojeamos unos folletos turísticos, de palabras grandilocuentes, que es lo que les gusta aquí. Como en el edificio donde estamos hay un hotel también, supongo que la gente piensa que somos huéspedes y nadie nos dice nada. Pero no creáis, no somos los únicos que nos apuntamos al estilo "yo mango".
Luego nos vamos a explorar las otras salas del edificio. No hay absolutamente nadie, y no deja de ser un tanto tétrico. Vamos por los pasillos como si estuviéramos por casa. Cuando llegamos a una especie de cine que proyecta una película sobre el Cabo Norte. El coine está vacío, pero siguiendo nuestro estilo, simplemente cogemos el mando del dvd que hay por ahí, le damos al play y nos sentamos a ver la espectacular película, que nos muestra el Cabo Norte en las diversas estaciones del año. Cuando salen las escenas de nieve, da hasta miedo pensar en que donde estamos puede llegar a nevar tanto. Mientras estamos viendo la película pasa un trabajador del edificio, pero no nos dice nada, simplemente nos cierra la puerta para que veamos la película tranquilamente.
Después de la película, seguimos explorando las salas: hay una capilla ecuménica, unos dioramas de gente que había visitado el Cabo Norte, y una capilla dedicada a un rey de Tailandia que vino por estos lares a principios del siglo XX. Luego descubrimos un gran café, pero está totalmente cerrado y no hay nadie a la vista. Realmente tétrico, es lo más parecido a una película del subgénero consumista de terror adolescente que he visto en mi vida. Supongo que cuando se acerque el verano, esto estará a rebosar de turistas, pero hoy, sólo estamos nosotros, sólo falta el asesino en serie y tenemos la película completa. Explorando, explorando encuentro una salida a una terraza mirador sobre el ártico, la mitad de la cual está cubierta por una montaña de nieve de unos 4 metros del altura. Aprovechamos para hacernos unas cuantas fotos chorras.
Salimos de nuevo al exterior y no resisto la tentación de llamar a mis padres para contarles dónde estoy. De todo el viaje, esta es la excursión que más me ha marcado. Aquí quiero volver algún día, a sentirme en lo alto del mundo, en el último confín de Europa.
Iniciamos la vuelta a las diez de la noche, pero no hay problema, aunque la carretera es mala, es de día y no hacen falta ni siquiera los faros del coche, aunque aquí hay que llevarlos encendidos siempre. La lluvia vuelve a caer pertinaz, y una bruma surge de los lagos helados. A veces esta bruma llega a convertirse en una espesa niebla, y el viaje se hace un poco tétrico. Voy conduciendo yo, y hay momentos en los que no se ve más allá de tres o cuatro metros. Menos mal que es de día.
Sólo paramos una vez a tocar el agua del ártico y a caminar sobre un lago helado. La experiencia es maravillosa, y está a tono con el resto de las vivencias de la jornada, algo para recordar siempre. El resto del viaje lo hacemos de tirón, y llegando cerca de Alta las condiciones empeoran muchísimo. Llueve a cántaros, la niebla cubre toda la carretera y hay bolsas de agua en el pavimento que hacen difícil controlar el coche. Los últimos kilómetros son realmente penosos, no quiero ni pensar cómo debe ser esto en invierno.
Es pasada la una de la mañana cuando llegamos al centro de Alta. No hemos cenado porque no había nada para comprar, todo está absolutamente cerrado, así que no queda más remedio que volver al kebab del centro. No estamos comiendo tan mal como pensaba, pero llevamos un descontrol importantísimo de comidas. Al grupo de la frutita y el pescadito le daría un síncope si tuviese que alimentarse así. Vamos, que a Noruega no pueden venir. A pesar de la lluvia, hay animación en los tres bares del pueblo. Y cuando digo tres, me refiero literalmente a tres. En el kebab tenemos la mala suerte de encontrarnos con el borracho del pueblo, aunque sin consecuencias graves. Cogemos nuestros kebabs y nos largamos rápidamente al hotel. El dueño del kebab aún se acuerda de nosotros, debemos ser los únicos extranjeros que hay en Alta.
Llegamos al hotel sobre las dos de la mañana y devoramos todo lo que traemos. Intento escribir esta crónica, pero sólo puedo hacer una parte. Por la mañana continuo. Caemos rendidos, pero el dia quedará para siempre en mi memoria.
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