domingo, 23 de mayo de 2010

Ruta hacia el sur

Hoy es domingo 23 de mayo y acabamos nuestra excursión por la Laponia noruega. Hoy tenemos previsto coger un vuelo a Oslo para volver donde iniciamos toda esta aventura, y empezar a compaginar las visitas a la capital con la semana eurovisiva.
Nos levantamos tarde, y casi nos quedamos sin desayuno, ya que Linne, la encargada del hotel quería retirarlo todo a su hora. Pero la hemos convencido y nos ha dejado quince minutos para comer algo.

Luego hemos recogido las maletas y nos hemos dispuesto a hacer el check-out. Linne se ha sorprendido de que nos fuéramos hoy (¿es que no había visto la reserva?). He tenido algún problemilla para pagar con mi tarjeta, ya que no la reconocía. ¡Qué manía con que en Noruega todo son tarjetas de chip! Si tienes un hotel, lo lógico es que te vengan turistas, y muchos no son de Noruega, con lo cual, mejor que te agencies una máquina que acepte todo tipo de tarjetas.

Tras unos instantes de confusión, ha venido alguien y ha abierto el aeropuerto. Ahora estamos aquí sentados, como si el aeropuerto fuera nuestra casa, porque no hay absolutamente nadie, ni siquiera vigilantes. Por no haber, no hay nadie en la caseta del alquiler de coches, así que de haberlo sabido, podíamos haberlo tenido más. Nos han dicho que no abren las casetas hasta que llegue el primer vuelo, y eso no es hasta las dos y media de la tarde. Yo he aprovechado para pesar mi maleta en la cinta. De momento sólo pesa 13,8 kilos, y aún tengo margen para traer alguna cosa más.

Aún no sabemos lo que vamos a hacer, porque tenemos cinco horas por delante hasta que salga el vuelo. En el aeropuerto no hay nada, de hecho estamos sentados al lado de la cinta de recogida de equipajes, que está en la misma sala de facturación...

*** Escrito después de embarcar

Al final el día ha acabado resultando un agobio. Hemos podido facturar a primera hora, nos han dado los mismos asientos que cuando fuimos de Bergen a Tromso. Luego hemos dejado las maletas en consigna y hemos dado una vuelta por los alrededores. El aeropuerto se encuentra al lado de la ciudad, entre el mar y el bosque, y simplemente hemos ido andando hacia la ciudad. Nada reseñable en nuestro peregrinar hacia Alta. Sólo nos hemos cruzado con tres Pepis que iban a misa, y a uno que iba en bicicleta –a este nos lo hemos cruzado varias veces.

Para variar, hemos comido sentados en una especie de restaurante-take away. Por fin hemos comido un poco de pollo asado. Ha sido una bendición. Luego, de vuelta caminando al aeropuerto y a hacer tiempo. Cuando hemos ido a pasar el control de metales, me han acabado abriendo la mochila. No han encontrado nada, qué iba a haber. En fin, esta gente. Y encima el de seguridad me pregunta, ¿puedo abrirla? Como si yo pudiese decirle no, no la abras.

Después de unas interminables horas, hemos embarcado hacia Oslo. Al final, las predicciones del agorero de la catedral de Tromso no se han cumplido. Nos había vaticinado que la carretera de Tromso a Alta podría estrar cerrada, y el aeropuerto de Alta también. Pues ni una, ni otra. El aeropuerto de Alta es como el de Playmobil, y sólo hemos tenido que ir caminando al avión. El vuelo ha sido bastante malo, porque había niños y niñatos que no han parado de dar por saco.

A nuestra llegada a Oslo, hemos cogido el tren expreso hacia la ciudad. En este país tienen un problema con el tema de las tarjetas. A ver si se dan cuenta de que los turistas no tienen tarjetas noruegas cuando llegan al país. ¡Qué cruz! Hoy no he podido pagar ni el tren ni la cena con la Visa. A este paso voy a tener que sacar más dinero en efectivo. Impensable en un país moderno, y menos si quieren recibir turistas. En esto, le pongo un cero a Noruega.

Para rematar la faena, habia obras en el tren que nos llevaba a la ciudad, así que a medio camino nos han hecho bajar del tren y subir en unos autobuses que nos han llevado a la estación. Eso sí, no nos han descontado ni una monedita. Con más pena que gloria hemos llegado al hostal, donde tenemos una habitación de ocho para séis, o eso nos han dicho. Tras una penosa cena, aquí estoy en mi cama del hostal Anker dispuesto a dormir y a olvidar este día que ha sido el peor con diferencia desde que estamos en el país.

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